Antes de meterme a este mundo, seguía a algunas personas que me parecía que hacían muy bien esta labor; decían cosas lógicas, claras, en público e iban contra los estafadores y vende-humos. Yo por aquel entonces era muy fan de ellos y no entendía por qué no tenían más seguidores. Pensaba que era culpa de la gente, que preferían ver otro contenido de peor calidad. Pasado un tiempo decidí unirme a este grupo y estuve diseñando mi estrategia cuidadosamente; pensando cuál me parecía la mejor manera de proceder en este mundillo. Fue entonces cuando me di cuenta de que muchas de esas personas a las que antes admiraba no estaban haciendo las cosas bien y que, lejos de conseguir su objetivo, se estaban tirando piedras a su propio tejado. Fue entonces cuando descubrí la mala divulgación.
Mi definición para “divulgador” sería: persona que posee conocimientos sobre una o varias materias, los expone y despierta el interés en su interlocutor por dichos conocimientos. Es decir, un divulgador es una especie de profesor con la dura tarea de conseguir que su público comience a interesarse por el tema que está tratando. No es una tarea sencilla ni la puede llevar a cabo cualquiera. El mejor divulgador que conocí fue mi profesor de microbiología, Benjamín Manzanal, profesor de la Universidad de Oviedo, lamentablemente ya fallecido. Ese hombre conseguía que asistir a sus clases fuera como ir al cine, cosa que el resto de profesores no hacían. Cada día estábamos ansiosos por escuchar qué historia nos tenía que contar. Me quedé con las ganas de que me hubiera enseñado más cosas. Desde que le conocí, he encontrado muy poca gente como él (ni siquiera recuerdo nombres ahora mismo). De hecho, aunque a mí me guste la ciencia, hay muchos divulgadores que provocan en mí un bostezo en lugar de una mirada de admiración. Esto es muy triste y tengo que claro que el problema no es mío ni de la gente que tampoco se interesa, sino de ellos. Conseguir que una persona que ama la ciencia no quiera verles porque le divierten más otras cosas es lamentable. Sin embargo, entendí mucho este problema cuando me quise meter en el mundillo.
En primer lugar, pienso que un divulgador no sólo tiene que saber sobre algo, sino, más importante aún, TIENE QUE SABER TRANSMITIRLO, y eso, queridos amigos, a día de hoy no lo hay. Se ahogan en un mar de artículos científicos y en ningún momento dedican parte de su tiempo a instruirse en comunicación (o es lo que yo deduzco de lo que veo). También puede haber casos en los que sí aprenden cosas, pero no tienen capacidad para ponerlas en práctica, y eso es un fallo. No todo el mundo nace con el don de saber hablar y por eso quizá fuera más interesante pedir ayuda a alguien que sí sepa; no se nos deberían caer los anillos por buscar socorro en alguien que sepa vender, pero si eso ya en ciencia no se estila no os quiero ni contar en divulgación.
Otra cosa que veo que falta en este mundillo es innovación; al igual que ocurre en ciencia, poca gente se atreve a probar cosas nuevas. Heredan patrones de comunicación erróneos, técnicas para llamar la atención absurdas y continúan sin poner sentimiento a lo que están contando (o por lo menos no transmiten ilusión). La originalidad se pierde y acaban convirtiéndose en clones de clones sin ninguna personalidad. No me extraña que luego la gente profana piense que todos somos iguales.
La comodidad es otro de los pecados capitales que mucha gente del mundillo hace y que está directamente relacionada con las 2 anteriores y la siguiente que mencionaré. No veo que se pretenda realmente llegar a un público auténticamente profano y la respuesta es porque no es tarea sencilla. No es fácil hablar ante una multitud formada por amas de casa, albañiles, taxistas y panaderos, pero sí es mucho más sencillo hablarles a unos estudiantes universitarios, profesores e investigadores. Entienden el lenguaje, por lo que no hace falta que se coman la cabeza pensando en la mejor manera de transmitir la información, y siempre van a estar interesados en temas de ciencia (claro, como es a lo que se dedican…). Pero si somos objetivos y nos atrevemos a valorar a un divulgador, este tipo de público, a mi juicio, aportaría muy pocos puntos; cada una de estas personas sería un +1 en la puntuación final del divulgador en cuestión. Sin embargo, si entre el público se encuentra un ama de casa, esta única persona aportaría +100 puntos. Si has llegado hasta este punto, querido lector, habrás deducido por qué: utilizando como modelo el ama de casa estándar (señora que lleva toda su vida dedicándose a las labores del hogar, que ronda los 50 años y adora los programas del corazón), la dificultad para despertar el interés de esta persona por la ciencia es muy alta, por ello su presencia en una charla vale más, y por eso, tristemente, muchos divulgadores deciden olvidarse de ella.
Y, por último, y lo que más me indigna sin duda alguna, es la prepotencia; la PEOR característica que pueda poseer un divulgador. Me he encontrado con divulgadores que si resultas ser un hueso duro de roer, te tratan como a un estúpido a la mínima de cambio. Lo suyo sería que si no entiendes algo o lo estás interpretando mal no les importe explicártelo 101 veces, pero en muchas ocasiones su argumento es “que no lo quieres entender”. Una cosa que valoro mucho del público es el pensamiento escéptico; me gusta que duden de lo que digo, que me exijan dar pruebas, tener intensos debates donde en lugar de hacer enemigos hago amigos. Si todo el mundo cree lo que digo por el simple hecho de haber estudiado biología, además de ser una falacia ad verecundiam, es aburrido y no fomenta el pensamiento crítico. Bueno, pues he visto en muchos casos que cuando alguien pone en duda lo que x divulgador dice, éste se quita la careta de altruista del conocimiento y muestra la cara de dios castigador, exigiendo a esa persona que tiene que creer lo que él dice. Si hay algo en la prueba que has presentado que no convence a una persona, una de 2: o se lo explicas de otra manera o le enseñas otra prueba de mejor calidad. Considerarte poseedor de la verdad absoluta no es propio de un buen divulgador. Y en caso de estar frente a un troll, nunca se puede caer en el insulto fácil; simplemente se le ignora con elegancia y ya está. Lo que pasa es que hay algunos divulgadores que creyéndose estar frente a una persona molesta, les censuran con bloqueos y les faltan al respeto, y puede pasar que estén confundidos y en realidad esa persona sólo quería debatir y aprender. Si no tienes paciencia y no sabes controlarte cuando estás frente a una persona ignorante o incluso frente a un troll, tengo un mensaje para ti: NO TE METAS EN ESTO. Primero, porque vas a estar boicoteándote a ti mismo; ¿crees que esa persona no va a hablar de lo mal que le has tratado? ¿No te metiste en este mundo para hacer llegar el conocimiento a la mayor cantidad de gente? Pues muy mal lo estás haciendo. Y segundo, DEJAS MAL AL RESTO, a los que no nos alteramos. Provocas rechazo por este trabajo. Así que mejor dedícate a otra cosa, que profesiones hay a rabiar.
Podría extenderme un poco más y comentar otros puntos con los que estoy en desacuerdo, pero no quería alargar más este post. Básicamente, estos me parecen los puntos fundamentales en los que flaquea la mala divulgación. Aunque parece que cada vez se están sumando más personas, pienso que se deberían poner límites o reglas sobre cómo actuar. No cualquiera puede ser médico, ni arquitecto, ni dibujante; tienes que hacerlo bien. ¿Por qué no también en divulgación? Si continuamos aplaudiendo a personas que cometen semejantes negligencias, al final seguiremos perdiendo todos y, más triste aún, seguirá perdiendo el público, las personas que merecen saber de ciencia; cómo sigue pasando actualmente.